Llegamos a una casa con un jardín frontal poblado de flores. Había canteros cerca de la puerta principal con plantas de distinto tipo de hojas, como si se tratara de una huerta, y una enredadera que se trepaba por el toldo y las paredes.
Nos recibió la misteriosa mujer. Yo tenía razón: ahí estaba el piercing, pero tras entrar al living-comedor y no ver rastro alguno de computadoras, me dije que probablemente no tenía ninguna página berreta.
Al sentarme a la mesa, le di un vistazo a mi alrededor: vi una pecera con renacuajos, arañas verdes que colgaban del techo. En el jardín vi un murciélago colgado de un árbol boca abajo y un gato negro que lo miraba fijamente.
“Voy a tener que realizar una limpieza” dijo cuando terminé de contarle todo “pero primero voy a necesitar reunir espíritus amables para que me ayuden a desterrar a los ocupas de tu casa, y vos vas a acompañarme.”